Los Malavoglia by Giovanni Verga

Los Malavoglia by Giovanni Verga

autor:Giovanni Verga [Verga, Giovanni]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1880-12-31T16:00:00+00:00


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Toño iba a pasearse por el mar todos los santos días y tenía que andar con los remos, deslomándose. Pero cuando la mar era mala y quería tragárselos de un bocado, a ellos, a la Providencia y a todo lo demás, el muchacho demostraba tener más valentía que toda la mar.

«¡La sangre de los Malavoglia!», decía el abuelo; y había que verlo maniobrar, con el pelo que le silbaba entre el viento, mientras el bote aguantaba los golpes de mar como una lubina en celo.

A pesar de lo vieja y recompuesta que estaba, a menudo la Providencia se aventuraba mar adentro para conseguir un poco de pesca, ahora que en el pueblo había tantos botes que barrían el mar como una escoba. Incluso en días en que había nubes bajas por Agnone y el horizonte se erizaba de puntas negras por la parte de levante, se seguía viendo la vela de la Providencia como un pañuelo de nariz, muy lejos, muy lejos, en un mar plomizo, y todos decían que los del patrón Toño se estaban buscando complicaciones.

El patrón Toño contestaba que iba a ganarse el pan, y cuando los corchos desaparecían uno por uno, en el ancho mar, verde como la hierba, y las casuchas de Trezza parecían una mancha blanca, de tan lejos como estaban, y a su alrededor no había más que agua, se ponía a hablar con los nietos lleno de alegría, porque luego por la tarde la Larga y los demás les irían a esperar a la orilla, en cuanto vieran despuntar la vela entre los farallones, y también ellos se quedarían mirando la pesca que saltaba en las nasas y colmaba el fondo del bote como si fuera de plata; y antes de que nadie abriera la boca, el patrón Toño solía contestar: «Un quintal o un quintal veinticinco», sin equivocarse ni un rollo; y luego había conversación para toda la noche, mientras las mujeres machacaban la sal con guijarros, y contaban los tonelillos uno por uno, y el tío Crucifijo iba a ver lo que habían capturado para hacer su oferta a ojo, y Piedeganso gritaba y maldecía para establecer el precio justo, y entonces los gritos de Piedeganso sí que gustaban, porque en este mundo no hay que guardar rencor a la gente, y luego la Larga contaba moneda a moneda delante del suegro el dinero que Piedeganso llevaba en un pañuelo, y decía: «¡Esto es para la casa! ¡Esto para la compra!». También Mena ayudaba a machacar la sal y a ordenar los tonelillos, y volvía a llevar el vestido azul y el collar de coral que le habían tenido que dar al tío Crucifijo en prenda; ahora las mujeres ya podían volver a ir a misa al pueblo, porque si algún jovenzuelo ponía los ojos en Mena, estaban ya trabajando para su dote.

—Yo —decía Toño, remando muy despacito para que la corriente no los hiciera derivar del círculo de las redes, mientras el abuelo pensaba en todo aquello—, yo sólo



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